El sábado 14 terminó su peregrinación en esta vida el querido Mons. Dr. Miguel Antonio Barriola.
Con satisfacción interior cumplimos con el deber de la amistad de hacer un rápido viaje a La Plata, adonde al llegar en la noche pudimos estar junto a su cuerpo y bendecirlo, en compañía del Pbro. Washington Hernández.
Muy fraternalmente nos atendieron el P. Gustavo Vives, el P. Juan, el Rector del Seminario y otros más, incluido Mons. Bochatey, a quien – para entretenerse con los detalles – le tomé prestado un solideo, que en el apuro del viaje había olvidado.
En la hermosa capilla del Hogar Marín, estuvimos un largo rato con él, para ofrecer por él el Santo Sacrificio junto con Mons. Jorge González, obispo auxiliar de La Plata y los sacerdotes que concelebraron, rodeados de seminaristas, religiosas y laicos. Pudimos saludar a sus sobrinos. Posteriormente acompañamos su entierro en el hermoso panteón del clero en el cementerio y le canté “al paraíso te lleven los ángeles, que te reciban los mártires y te lleven a la santa ciudad de Jerusalén”.
Agradezco que me concedieran la deferencia de pronunciar la homilía, que dijera con varios quebrantos emocionales y que lamentablemente no puedo reproducir. Sin embargo, junto con otros recuerdos, también compartiré algo de lo que allí dije.
Comencé alabando a Jesucristo e invitando a escuchar la Palabra de Dios junto con el P. Barriola, acercándonos a como él lo hizo generosamente durante toda su vida.
“No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria”, repetimos con la Palabra inspirada del Espíritu Santo. Así con el P. Miguel que no buscó su propia gloria, sino la del Señor.
En esa glorificación del Señor, se incluye en primer lugar la humildad de reconocer que necesitamos la salvación y gracia de Dios, por ello, nos reunimos para pedir el perdón de los pecados y la benevolencia de la misericordia divina, porque, por bueno que fuera nuestro amigo, nos enseña la Verdad, “que ningún hombre vivo es inocente frente a ti” (Sal 142,2) y nadie puede estar ante la presencia de la Majestad de Dios, si Él no perdona, eleva y transforma. Así ofrecemos la Misa en sufragio, para que su alma sea purificada y para que resucite en la gloria de Cristo, en el último día.
También no a nosotros, sino al Señor damos gloria, por los innumerables dones que regaló a Miguel Antonio Barriola y por medio de él derramó en la Santa Iglesia.
Nos acaba de decir el Señor, con el testimonio del Espíritu Santo, que el amor a Él está unido a guardar su palabra y cumplir sus mandatos. Ciertamente que nuestro querido Padre fue enamorado de la Palabra de Dios, porque enamorado de Jesús y que quiso en todo guardar y ayudar a guardar su palabra y sus mandatos. Fue un buscador de la verdad, que es Cristo con la ayuda del Espíritu de la Verdad, que nos lleva a la verdad plena. Buscó la Verdad, la sirvió y sufrió por ella, por Cristo.
Nos ha dicho el Señor: “«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Esa comunión buscó y en ella vivió. Oramos para que ahora sea admitido a la plena comunión de esa inhabitación, en el seno de la Trinidad.
Los Hechos de los Apóstoles nos recordaron que Pablo y Bernabé predicaban el Evangelio por las ciudades. Así fue el P. Miguel un gran predicador del Evangelio, en distintas formas. Desde la alta investigación y la cátedra hasta la capilla de gente más sencilla. Amaba y desglosaba la verdad evangélica para alimento de todos.
En ello se mostró discípulo de San Pablo, experimento el ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Vivió el ministerio de la predicación – en sus distintas formas, como verdadera liturgia y culto a Dios, como enseña el Apóstol en la carta a los Romanos, para llevar a las naciones a la obediencia de la fe (cf. Rom. 1,5) y que ésta fuera una ofrenda agradable a Dios, santificada por el Espíritu (cf. Rom. 15,16).
Por cierto, grande fue su esfuerzo y dedicación en el conocimiento de las Sagradas Escrituras, convencido con San Jerónimo de que ese es el modo de conocer a Cristo. Estudio sin descanso. Conoció lenguas pasadas y presentes. Buscó fundamentar toda afirmación y conocer de forma exhaustiva cada tema. Su studium fue inseparablemente amor a las Escrituras, estudio de ellas, entrega apasionada de ella.
Esto unido a una cultura vastísima, gran conocedor de cine, de música, de literatura, arte e historia. Todo ello formaba parte de la riqueza y profundidad de su saber y su comunicar.
Escribió innumerables artículos, análisis sobre diversos tópicos y por consultas solicitadas de diversos ámbitos, de obispos, del CELAM, de la Santa Sede. Fue miembro d la Pontificia Comisión Bíblica y le fue reconocido su servicio con el nombramiento de Prelado de Honor de Su Santidad (2010).
En su docencia tuvo un cuidado minucioso del alumno, escribiendo apuntes, explicando con detención, aún mayor para con quien tenía más dificultades. Minucioso hasta el extremo de releer sus propios apuntes, antes de tomar examen. Yo alguna vez le decía que nos dejaba mal a los otros profesores, porque nunca suspendía a un alumno; lo salvaba dando él mismo el examen.
Fue fundador y enseñó en el Instituto Teológico, hoy Facultad de Teología del Uruguay, Mons. Mariano Soler y luego en los Seminarios de Córdoba y La Plata, con pasajes por Tucumán y Santa Fe. Al mismo tiempo fue dedicado acompañante espiritual de seminaristas y sacerdotes.
Alguna vez se le tildó de abstracto y e intelectual desencarnado, pero él comprendió bien que las ideas son moldeadas y a su vez moldean la acción. Tal es así que el nombre completo de su tesis es “El Espíritu Santo y la praxis cristiana: La imagen del camino en la teología de san Pablo”. Es decir enfrentó los grandes temas del actuar cristiano, fruto de la obra del Espíritu. Puso de relieve el camino mejor ofrecido por el apóstol, el de la caridad, don supremo del Espíritu.
También escuchamos todo este tiempo los sufrimientos y persecuciones que padecieron los apóstoles, en particular, San Pablo. También en esto él fue paulino, pues le tocó padecer por el Evangelio, no tanto desde afuera, sino dentro de la Iglesia y, también en sí mismo, en su propio cuerpo, en sus desprendimientos y dolores. Es así, como – más allá de las circunstancias exteriores y humanas – Dios va forjando y perfeccionando la imagen de Cristo que no es otro que Cristo crucificado.
Quisiera destacar al Padre Miguel como amigo. Los tenía de todas las edades y en distintas relaciones. Era de una fidelidad y pertenencia extraordinaria. Tanto en visitar,como en escribir.Él podía recorrerse media Argentina para ir a la ordenación de un alumno, predicar en la primera misa en el lugar más apartado, para visitar a alguien. En el encuentro además de su memoria agradecida, hay que agregar su capacidad para contar historias y chistes con gran donaire y gracia.
Soy consciente y con gusto hago presente a muchos que querrían haber estado en su despedida. Por cierto yo particularmente traigo conmigo a los uruguayos, compatriotas, con quienes creció y con quienes convivía todos los años las vacaciones largar y más breves. Siempre agradeció a la Iglesia de Montevideo que le permitió y ayudó tantos años de ausencia para obtener sus títulos en Roma.
En la predicación como no iba a mencionar a todos Como no voy a mencionar a todos, elijo a algunos. El Cardenal Arzobispo de Montevideo, Mons. Daniel Sturla lo cuidó con esmero y esfuerzo. A Mons. Orlando Romero que fue coetáneo y compañero desde el Seminario. A Mons. Pedro Wolcan, y de un modo singular el P. Antonio Bonzani, en cuya parroquia de turno, él pasaba largas temporadas y se sentía muy a gusto y cuidado.
Yo conocí a Miguel cuando volvió de su primer período romano, licenciado en teología y Biblia y fue a vivir al Seminario alrededor de 1964. Durante los tres años de Filosofía yo seguí con él mis estudios de griego bíblico, con un encuentro todas las semanas. Luego compartimos en el Colegio Pío Latino Americano, yo seminarista estudiante de Teología, él en su lucha con la tesis en el Bíblico.
Después que retornó definitivamente como doctor, ya fuimos compañeros de docencia y de muchas aventuras. Aún después que se trasladó a Córdoba yo solía ir casi todos los años y nos encontrábamos.
Recuerdo, por cierto a su madre, Doña Balbina, y, en algún momento de la Misa me vino el recuerdo de una vez que me invitó – con Miguel presente y no sé si alguien más – a almorzar en su apartamento frente al Hospital Militar, en que ella cocinó no me acuerdo qué, que era de su especialidad.
Agrego unas breves anécdotas. Cuando yo – con permiso de Mons. Nuti – bendije la pequeña capilla de mi casa, donde ahora vivo, allá por 1986 o 1987, fueron tres los que me acompañaron en la ceremonia: el P. Miguel Barriola y dos seminaristas, hoy Mons. Pedro Wolcan y el Pbro. Dr. Freddy Martínez. También mi dedicación a la Virgen de los Treinta y Tres, que me ocupó tanto tiempo, fue por causa indirecta de él; se había comprometido a hablar de Nuestra Señora en esa advocación, pero quería presentar su ponencia sobre la virginidad en la Biblia. Yo,en su cuarto en el Seminario Cristo Rey, por hacerle un favor tomé el tema de la Virgen de los Treinta y Tres. De allí en adelante muchas cosas me ordenó esta Patrona en mi vida.
Evoco pequeños diálogos más cercanos en el tiempo, que, al ser por escrito, quedaron registrados.
Él me escribió cuando se enteró de que pasaba al género de obispo emérito:
Querido Alberto:
Leí días atrás, que te han admitido la renuncia al ejercicio del episcopado en Canelones […] Que el Señor, que pareciera dormir en la barca de la Iglesia, despierte con potencia y vuelva las cosas a su orden normal. Ruego por ti. Hazlo por mi pronta recuperación.
Yo le respondí: Caro mío. En lo personal, tranquilo. Lo que vislumbro de la nueva etapa me gusta y da paz. […] Ruego por ti, hagámoslo ad invicem. De la mano de San José. Abrazo . + Alberto, amicus Sponsi. illum oportet crescere me autem minui (él debe crecer, yo empero disminuir)
Y él a su vez replicó unos días después: ¡Estupenda, querido Alberto, tu respuesta! Escueta pero profunda. Quiera Dios, que ahora en retiro, puedas seguir escribiendo y profundizando en los problemas, más que intrincados, por los que anda pasando la Iglesia. Sequamur, certe, orando ad invicem. Rogo ut valeas.
Tuve el gusto – y ahora me consuela mucho – de visitarlo casi una tarde en adviento del año pasado. Recorrimos muchas cosas de la vida. Entre tantos temas, mencionó con elogios, el nombre del Padre Carlo Maria Martini SJ; entonces yo le conté – cosa que él no sabía – que cuando tuvo una complicación en su tesis, por causa del segundo lector (creo que era Zerwick), yo – audaz seminarista diácono -fui a hablar con Martini para pedirle que destrabara el camino y así fue. Conversamos de nuestro presente y miramos con fe el futuro inmediato que nos viene, el despojamiento, la cruz y la vida eterna.
Días después él me escribió el 5 de enero pasado, con tardío saludos navideños: Querido Alberto: Todavía recordando la tonificante conversación que tuvimos, gracias a tu caridad de venir a visitarme, recibe mis genuinos deseos y oraciones, de que como los Magos, sepamos unir ciencia (astros) con la fe: “Es en Belén de Judá”. Y que este 2022, que estamos estrenando, venga con mayor piedad, que el tremendo, que ya se fue. Oremus ad invicem! M.A. Barriola
“No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu nombre da la gloria”. Que el Santo Sacrificio, la presencia de Cristo que hemos contemplado en su Palabra, y que se hace ofrenda en la Eucaristía, eleve todas nuestras súplicas por el Padre Miguel Antonio Barriola, y que la gloria del Señor sea su misericordia. El mismo tiempo que renovamos nuestra esperanza en llegar a la plena inhabitación y contemplación de Dios, ofrecemos la Eucaristía, por todos los beneficios que el mismo Dios derramó en el Padre Barriola y, por medio de él, en tanta gente.
Cierro con las palabras que le dirigió al P. Antonio Bonzani, hace tan poco, el 29 de abril.
Un sincero agradecimiento querido Antonio por tu saludo en mi situación actual en la que me encuentro. Creo que nunca más saldré de esta silla de ruedas y ya no podré trabajar activamente en la Universidad. Pero no me siento inútil. Al contrario: tengo que aprender esta vida cartujana recordando que la Misa es el mayor tesoro que Dios nos ha dado. La oración, las lecturas bíblicas. Todo esto ya era gran parte de la jornada, pero ahora recupera el valor de la intercesión por el Iglesia, para pedir por el fin de la guerra ruso-ucraniana, y muchas otras cosas, La pierna derecha sigue sanando, aunque muy lentamente. Recibe mis más cordiales saludos
Creo que estos últimos tiempos, Dios, con su Providencia amorosa, fue purificando y culminando su obra en Miguel por medio de la cruz. No tiene el Padre otro camino para asemejarnos a su amado Hijo Jesucristo. Así lo purificó con el sufrimiento y también lo fue llevando al pleno desprendimiento y a quedar sólo en Él y con Él, a quien sea lo gloria, la alabanza y la acción de gracias, por su Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo, con Santa María, los ángeles y los santos, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
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Estas palabras, motivan muchos momentos compartidos con Miguel en el Seminario. Tomar conocimiento de muchos logros por el alcanzados. Admirable y maravillosos los logros, Dios mediante, alcanzó en su vida.