Cristo resucitó, en verdad resucitó. Les anuncio la gran alegría, la única novedad que transforma al hombre y a la historia.
El que ha muerto por nosotros ha resucitado y vive, está a la derecha del Padre, vive y reina, vive y actúa. Y se ha presentado a los testigos, a los que no lo esperaban, a aquellos que habían perdido toda esperanza, porque lo esperaban de otra forma, como vencedor. Se ha presentado. Ellos de débiles han pasado a fuertes y han entregado la vida para anunciar que Cristo resucitó y en verdad resucitó.
La vida humana es maravillosa. La vida humana está atravesada por el pecado, por la muerte y el sinsentido.
Tenemos pequeñas esperanzas o grandes esperanzas, que en sí pueden ser buenas, según sus motivos, pero la esperanza total es que Cristo ha resucitado y nos hace partícipes de su resurrección y nos da esperanza la de la resurrección final.
Nuestra cultura a ti ateógena, que forma ateos, que pone el límite, ceñido a lo inmediato, aún en buenas construcciones y aun haciendo una vida humana en muchos sentidos más agradable, sin embargo es de una gran desesperanza, de una gran violencia. No solamente en las guerras visibles, como las vemos, la gran violencia en el aborto, la gran violencia en tal sinsentido de la vida, que se promueve que el hombre se destruya, y pida ayuda para destruirse, cuando le parece que ya no tiene por qué vivir , que está molestando, a los demás. Estamos en una cultura en el fondo de una gran desesperanza, en la que el pecado se oculta.
En cambio la luz es que Cristo ha resucitado. El que murió por nosotros nos perdona los pecados. Podemos mirarlos, porque son perdonados Podemos perdonar, porque tiene sentido perdonar, porque somos perdonados y a su vez damos perdón.
Podemos ser más justos, podemos buscar la santidad, porque el Señor nos da su gracia a nosotros débiles, para que seamos santos e inmaculados en su presencia. Tengamos la verdadera esperanza: el hombre creado por Dios, rescatado del pecado y de la muerte, puede ser santo, puede asemejarse a Cristo. Podemos crecer en amor a Dios y en amor al prójimo. Podemos tomar la cruz, también la Cruz. Aun la muerte, recibida de manos de Dios y entregada a Él, se vuelve esperanza. El Señor resucitó, en verdad resucitó. Dejémonos iluminar, miremos al Crucificado. Contemplemos al que ha resucitado y recibamos su gracia. Queramos vivir con alegría. Lo que la Iglesia expresa una y otra vez, anunciando que Cristo resucitó y cantando: es verdad vive y en él vivimos, Aleluia.
Que tengan una bendecida y santa Pascua de Resurrección.
Mons. Alberto Sanguinetti
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