La información
que leemos es impactante:
Mortalidad infantil en Uruguay
baja a mínimo histórico
.
¡Albricias!
Más aún si
aceptamos la consideración que aparece en Wikipedia y que es un sentir común. “Las tasas de
mortalidad infantil en los distintos países
 se han reducido en
los últimos decenios y han sido una de las claves para el aumento de la esperanza de vida y la eficiencia reproductiva”. ¡Viva
la esperanza de vida y la eficiencia reproductiva!
Sin embargo, es necesario leer todas las noticias. También
es necesario razonar. Sí es bueno pensar con un poco de razón crítica.
¿Qué significa ese mínimo histórico de mortalidad
infantil?
En nuestro país nacen unos 45.000 niños al año, de los
cuales, según la exaltada tasa de 7,7 por 1000, mueren unos 347 en el primer
año de vida.
¡Grande el éxito del mejoramiento de la llamada salud
reproductiva!
Pero hay que usar la razón y ver el conjunto.
En el Uruguay – aparece en el mismo conjunto de noticias –
se matan 26 seres humanos en el seno materno por día y va en aumento. Es decir
no nacerán por causa de ser muertos voluntariamente  unos 9300 en el año… y va en aumento.
Entonces al 7,7 que mueren el primer año, hay que
agregarle 20,66 % que se matan con técnicas médicas ¡Vaya salud  reproductiva! 28,3 % de los engendrados
sabemos que mueren: 7,7 después del parto, 20,66 % descartados y tirados
voluntariamente a la basura por la 
sociedad uruguaya en su conjunto, por el Estado que ataca los derechos
humanos de los seres humanos más débiles y por la responsabilidad humana, aún
de sus madres y padres.
Por supuesto en esos casi 10.000 humanos muertos por año
muchos están algunos que nacerían con dificultades para su desarrollo y muchos
sanitos.
¡Matando a quienes pueden traer problemas o los traen así
cualquiera saca una buena estadística! Pero no se trata de salud, sino de
selección por muerte de los que se quieren dejar vivir. En realidad en el Uruguay aumenta la mortalidad de seres humanos
engendrados
. Mueren más y matamos más. Entonces
en realidad estamos antes el aumento de la desesperanza de vida
(de los
engendrados) y la ineficiencia
reproductiva
(porque de los reproducidos 28 % no llegan al año y medio de
vida).
MOLOCH era una divinidad fenicia que extendió su culto
por el Mediterráneo. Los sacrificios
preferidos por Moloch eran los niños, especialmente los bebés. Con estos
sacrificios los creyentes creían que sostenían en buen orden el universo.
Así también este neomaltusianismo, esta eugenesia y esta
ciencia del orden rinden culto a una divinidad falsa, la de sus propios
proyectos, el fin que le han dado a la vida: organizarla según su propia
voluntad, aún a costa de la destrucción de los vivientes en el altar de la
estadística, falseada, en aras de un bienestar autodefinido.
Con palabras mágicas como “salud reproductiva” aplicada a
la destrucción de embriones y fetos humanos, se rinde culto al propio proyecto
de bienestar de los que supuestamente estamos bien, al costo de la destrucción
de seres humanos vivos.
Los sumos sacerdotes de este culto destructivo dirigen
desde los organismos internacionales y desde el poder el disciplinamiento de
todos en esta antigua religión. También Amnistía Internacional ataca los derechos de los engendrados y persigue artificiosamente a quienes se oponen al genocidio del aborto.

Por eso, los responsables pueden afirmar que “el
sistema cada vez funciona mejor” y hay que estigmatizar a los que no se rindan
a Moloch. Incluso se asegura que la destrucción se vaya a llevar a cabo, dado
que el sistema tiene como objetivo interrumpir el embarazo (=de destruir al
pequeño)”.
Ya sé que alguno se va a enojar, porque no es modo de
hablar de cosas tratadas de maneras tan serias y científicas – verdaderos engaños
–  con la verdad de los hechos en defensa
de los seres humanos. Como tantas otras veces el culpable es el que señala los
hechos y llama a las cosas por su realidad.
A muchos molesta que haya objetores. Se rechaza que nos
lamentemos por ser un pueblo que destruye a sus hijos, de madres marcadas en su
psiquis por destruir al fruto de sus entrañas. Y sin embargo quien ha oído el
clamor de los corazones sabe cuánto llanto, verdadero sentido de dolor, hay en
quienes han abortado. ¡Cuánto daño se les hace a las mujeres impulsándolas a la
destrucción del hijo en sus entrañas!
Se quiere acallar las conciencias y los gritos de la
razón. Se induce a no llorar por esos muertos, ni gritar en su nombre, ni
denunciar los engaños y las muertes. También “durante el sacrificio, los
sacerdotes del templo (de Moloch) hacían sonar tambores, trompetas y címbalos,
de manera que no oían los llantos de los niños. Asimismo a las familias de las
víctimas les estaba prohibido llorar” (Metapedia).
La antigua religión pagana suple la realidad y se deja
llevar por los temores y se entrega al culto a la destrucción, ahora con
métodos científicos, con fines muy parecidos al fuego devorador del altar de
Moloch.
Se crea una cultura que trata como fin bueno el aborto
masivo y los supuestos logros estadísticos fruto de esas manipulaciones.
Dentro del engaño, como lo hacían los sacerdotes del
culto a Moloch, se nos dice que todo esto es para frenar las consecuencias del
embarazo adolescente
¡Qué injusticia que ni siquiera se mencione cómo educar para una maternidad y paternidad
humana, ética, responsable, cargada de amor y respetuosa de la verdad de la naturaleza!

De ello ni una palabra, no sea que se le dé entrada a una lectura moral de la
sexualidad. Cuando es el caso propio del ser humano inteligente – capaz de aceptar
la verdad de los hechos – y libre, como para asumir el carácter humano y
responsable de sus actos.
No. Engañemos a la juventud, sin enfrentar las pasiones, sin
hacerse responsables de sus actos, sin elevar la conducta a la altura del
matrimonio y el respeto de la vida humana. Con el culto a los dioses Venus,
Eros y Moloch se guía la conducta humana.

Sin embargo, el camino digno es formar para la
continencia y la castidad, que son las formas superiores de la sexualidad
humana. Un sentido de la vida que incluya la responsabilidad moral de los actos
y la entrega a los demás a la larga hace más felices.