En estas últimas semanas ha reflotado la temática de la laicidad y la libertad, principalmente por dos circunstancias.
          En primer lugar la comunidad
católica de Montevideo, en la persona de su representante y cabeza, el
Arzobispo Cardenal Daniel Sturla, ha pedido la autorización para poner una imagen de María, la Madre de Jesús,
en un espacio público.
            En seguida surgieron algunas
personas muy ofendidas y sensibles porque va contra sus creencias o certezas. Como
suele suceder ese clamor y rasgarse las vestiduras surge cuando se trata de un
símbolo cristiano o precisamente católico. Porque en realidad, hay recuerdos,
imágenes y nombres tan variados en nuestras ciudades, que no parece tan claro
que lo único peligroso sea una imagen cristiana.
            Se argumenta que va contra la
laicidad. Esta palabra – como sucede con el lenguaje humano – tiene diferentes
contenidos y se usa como piedra de toque en muchos juicios. Incluso ha cambiado
de aplicaciones,  como cuando comenzó a emplearse
con respecto a la politización e ideologización de la enseñanza, porque en su
origen estaba referido a la religión.
            Es sabido que a veces ‘laicidad’ se
refiere a una cierta neutralidad del Estado ante las religiones, que permita la
libertad de cultos o libertad religiosa, sin reprimir ni coaccionar la
conciencia ni el ejercicio de la vida según la propia religión.
En otras ocasiones, a causa de la ‘laicidad’ se afirma
una prescindencia tal de la religión que tanto los organismos del estado como
las personas tienen que aparecer todas como si no hubiera creyentes y la
religión quedara fuera de la existencia humana. Más aún se ha usado la ‘laicidad’
como un veto absoluto a toda presencia pública de lo religioso en la vida de la
sociedad organizada.
Entre nosotros es sabido que frecuentemente se usó la ‘laicidad’
como arma para excluir lo religioso de la vida pública, como si fuera más puro
y republicano no tener fe o no manifestarla, a lo más concediendo la religión
en el ámbito privado – lo cual no es ninguna concesión –. También sincerémonos:
en concreto el argumento de la laicidad ha sido usado por determinados grupos mayoritariamente
contra la religión que asocia a una gran parte de la población: la Iglesia
Católica. Es decir, para obstaculizar la presencia católica en la vida del
país.
El argumento es que cualquier símbolo religioso afecta
la libertad de los demás. Pero parecería que no fuera así con símbolos
masónicos que tenemos en la misma plaza Matriz o Constitución.
             No deja de ser curioso que no se levante la
voz para señalar cuánto atenta a la neutralidad del Estado el que haya tantas
eles mayúsculas y tantas ruedas en espacios públicos, con sus respectivos
nombres, siendo que se trata de signos de asociaciones que agrupan a un puñado
de personas privadas.
¿Por qué si el símbolo es religioso ha de estar
proscrito del espacio público y si el símbolo o persona es conocida por otras
dimensiones de lo humano – o de otras asociaciones – sí puede ser aceptado en
el espacio público? ¿Algunas asociaciones, personas o ideas tienen un derecho
que es denegado a otros?
            En concreto, nadie puede dudar que
María ha sido y es fuente de inspiración para muchos uruguayos a lo largo del
tiempo y es importante para una gran cantidad de hombres y mujeres, en sus
vidas, en sus pensamientos, en su inspiración.
            Doy por descontado que para otros no
es así y que puede fastidiarle hasta su nombre. Pero eso sucede también con los
políticos, escritores, militares, sindicalistas, y gente de todo tipo que son
evocados en estatuas, calles y placas.
            Entonces, a no ser que su imagen
sea  una incitación al desorden moral o a
la subversión de las leyes legítimas, a nadie debería ofender que esa mujer que
es importante para un numeroso grupo de ciudadanos pueda tener una imagen
pública
            La segunda alerta cobijada bajo el
término ‘laicidad’ ha sido la declaración del Diputado Amarilla de su sometimiento a la ley de Dios por encima de
todo.
            Algunos han declarado temores
diversos.
            Pero es más que claro que toda
conciencia recta indica que ha de someterse a la verdad con total entrega. Es cierto
que los humanos tanteamos donde está la verdad y discrepamos sobre cómo
encontrarla. Sin embargo no se le niega el derecho a presidir instituciones del
Estado a quienes con semejante seguridad sostienen otras doctrinas
pertenecientes a distintos sistemas y asociaciones, que son diferentes de las
del diputado Amarilla. ¿O no hay ideologías afiliaciones y hermandades en el
Parlamento?
            En estos temas no habrá nunca
soluciones puras – porque hacen a la diversidad de posturas y a la complejidad
de los derechos que están en juego. En el fondo siempre hay una puja, cuando no
una lucha, por extender la propia cosmovisión y – a menudo – el poder de los
que en torno a ella se agrupan.     
            Por eso, conviene no ser tan
dogmáticos en el uso de la ‘laicidad’ y no ser tan temerosos que otros ocupen
espacios y expresen sus principios.

            Un poco de ‘diversidad’ en la
comprensión de la laicidad, un poco de mayor respeto por la libertad religiosa –
sin imponer una idea de lo que debe ser la religión – y de la libertad
simplemente nos viene bien. Muchos ukases hay en la cultura uruguaya, que no
nos hace tan libres como decimos ser.